Ruta
del Patrimonio Industrial
El
desarrollo minero
En lo
que se refiere al desarrollo minero del concejo, cabe reseñar a modo de
contextualización que la revolución de 1868 encontró la Hacienda Pública en un
lamentable estado de precariedad y una de las vías a las que se recurrió para
intentar subsanar esta situación fue el recurso a la desamortización del
subsuelo. Hasta aquel momento, las concesiones mineras habían tenido que
gestionarse en Madrid y habían estado siempre sujetas a la posibilidad de «denuncia».
Las “Bases Generales para la nueva legislación minera” de 1868 delegaron, por
el contrario, la facultad de hacer las concesiones en los gobernadores civiles
de las provincias y confirieron carácter perpetuo sin posibilidad de ser
denunciadas. Desde 1869, el pago de un canon era garantía de permanencia,
siendo en la práctica los concesionarios verdaderos propietarios. Así pues, en
los valles de Tiraña, la Cuesta de la Pola, Lorio y Villoria era frecuente el
que apareciesen florecimientos de carbón y se hiciesen pequeñas explotaciones
de mineral.
A
tenor de la adopción de estas mediadas se abrió una acelerada fase de esplendor
de la industria extractiva española. El número de concesiones mineras creció de
forma extraordinaria y la exportación de minerales y metales de primera fusión
cobró un auge tan extraordinario que no tardó en alterar la estructura misma
del comercio exterior nacional. Se constatará, así pues, un vertiginoso
desarrollo de la actividad en el que el capital francés o belga, unido al de
vascos y catalanes, revestirá una significada relevancia. De este modo, la
explotación hullera se acabará por transformar en eje de la economía comarcal.
En
cualquier caso, la aparición de la minería en el concejo se deberá en buena
medida al desenvolvimiento del sector en los municipios vecinos, de modo
especial a rebufo del influjo de la empresa de Pedro Duro. Sea como fuere, los
tímidos y no pocas veces frustrados proyectos mineros que se acometieron a lo
largo del siglo XIX remontaran a finales de aquella centuria a consecuencia de
la llegada de la carretera hacia Tarna y la llegada del Ferrocarril de Gijón, a
lo que se uniría una serie de trenecillos mineros que se conectarían con el
principal. La disponibilidad de esta nueva infraestructura, en efecto,
proporcionaría el espaldarazo definitivo al sector extractivo, cuyo producto
debía ser transportado hasta aquel momento a través de tracción de sangre.
Laviana
posee el tramo más alto del yacimiento hullero de Nalón, los productos
minerales que a finales del siglo XVIII se habían encontrado en este distrito
eran hierro, en el Condado, Lorío, La Pola, Tiraña y Carrio; cobre y algunos
otros minerales, en Tiraña, Lorío, el Condado y Villoria; y carbón el La Pola,
Tiraña, Entralgo, Lorío, Villoria, Tolivia y Carrio. Hasta ya bien entrada la
Restauración se trataría de una producción artesanal, asentándose las grandes
empresas después de 1888. En todo caso, la tendencia de crecimiento de las
actividades extractivas se manifestará con claridad durante este periodo y, ya
en 1875 por ejemplo, se confirma con tres explotaciones en la parroquia de
Tiraña. Y es que, en efecto, la llegada de la carretera a la Pola unos años
atrás facilitaba en gran medida la salida del mineral hacía los núcleos de
demanda, verificándose la apertura de minas en las distintas localidades de
concejo y acaparando las parroquias de Entralgo, Lorío y Villoria la mayor
parte de ellas. Se debe precisar, como se ha apuntado, que estas iniciativas
llevaron una vida errática, debiéndose esta circunstancia a que se trataba de
minas de ataque frontal, pudiéndose por consiguiente ponerse en explotación tan
sólo las vetas iniciales y, al no disponer de recursos los empresarios, se
cerraban en cuanto se presentaban las primeras dificultades. Los criaderos que
presentaban un mayor potencial pasaron a manos de sociedades mineras de mayor
enjundia.
Más
allá de estas nuevas condiciones, la realidad del sector en Laviana fue
sensiblemente diferente al del resto de la cuenca en la mayor parte de los
casos ya que la propiedad se mantuvo en manos de empresarios de mínima cuantía
o bien, cuando se trataba de iniciativas de mayor fuste, de capitales
extrarregionales que no acometieron un desarrollo de las estructuras
productivas. De este modo, Coto Musel sería subsidiaria en un primer momento de
la fábrica de San Francisco del Desierto en Bilbao y, posteriormente, de
diversos mercados nacionales. Fradera dependía de su matriz cementera catalana,
Carbones de Laviana tenía matriz francesa y La Sota del complejo industrial que
Ramón de la Sota poseía Sagunto. Por tanto, a Laviana le correspondía
esencialmente un papel de productor y evacuador de carbón sin desarrollar una
industria transformador asociada en torno al mineral.
Una de
las empresas mineras significadas en el concejo sería Charbonnages de Laviana,
creada como Sociedad Anónima en París en 1906 por la Banca Rochette. Se
localiza en el valle de La Cuesta de la Pola, en el lugar de Les Portielles,
donde ya había realizado prospecciones con anterioridad. Pero será en la fecha
antedicha cuando su gerente, Leon Boire, solicite a la corporación municipal
permiso para construir un ramal minero desde “la fábrica de elaboración sita en
la Vega denominada Trans-fontoria y la Sienra” hasta el ferrocarril de Langreo.
En 1907 extraían 7.898 toneladas. Los cribaderos y lavaderos que se localizaban
Fontoria, desde donde partía el ramal hacia la estación de tren por la parte
trasera del matadero. A esta vía se la conoció como la Vía’l Francés, y a la
empresa carbonífera como Los Franceses. Si durante la coyuntura de la Gran
Guerra la empresa aumentaba su capacidad productiva abriendo una mina en Puente
de Arco, su actividad posterior no parece haber sido todo lo rentable que se
esperaba ya que, a la altura de 1924, la prensa regional anunciaba la venta de
todas sus propiedades en el municipio. Durante la Guerra Civil su actividad
cesó, retomándose la actividad posteriormente en unión con la compañía Minas de
Longoria. La empresa acabaría por cerrar sus instalaciones a finales de los
años cuarenta.
Pie
foto: Trabajadores en una bocamina. Año 1918
Pozo
Carrio
A
consecuencia del desenvolvimiento de la actividad minera en el concejo, se
constatarán diversos procesos de reorganización espacial, alcanzando éstos a
algunos núcleos de población que experimentarán un desarrollo desconocido hasta
el momento y redefinirán su papel en el contexto de la estructura territorial.
Sumamente significativo a este respecto sería el caso del pueblo de Carrio que,
considerado antaño como un villorrio de pobres pescadores, vería como su
población y caserío se rejuvenecería, haciéndose bien perceptible el movimiento
y la prosperidad que había traído la gran explotación de carbón que se había
puesto en marcha en aquella “escueta y casi baldía montaña”. Es cierto,
efectivamente, que la generalización de la minería subterránea mediante pozo
vertical, con la subsiguiente concentración de la actividad extractiva en focos
muy localizados en las zonas bajas de los valles, comportaría una
reorganización poblacional que convertiría a los grandes pozos mineros en
potentes vectores de urbanización.
Llegado
el año 1926, en cualquier caso, el empresario Joaquín Velasco vendería la mina
de Carrio a Duro Felguera, empresa que ya había adquirido las explotaciones
lavianesas de los Hermanos Felgueroso en 1919. En el marco de esta dinámica,
durante los años treinta el gigante siderúrgico crearía una sección en el seno
de su organigrama empresarial denominada Grupo Laviana, hallándose éste
constituido por las secciones del Pozo Barredos, Rimoria y Carrio, que rondaban
los setecientos empleados. El lavado del mineral se realizaba en las
inmediaciones del Barredos, por medio de un cauce derivado del río Tiraña, de
una parte, y en las de Carrio a través del agua tomada del Nalón.
El
Pozo Barredos, con cinco plantas, sería el más importante del Grupo Duro
Felguera a mediados del pasado siglo en el municipio, recurriendo a una máquina
de vapor para la extracción y siendo accionados mediante corriente eléctrica
los sistemas de ventilación y bombeo de aguas interiores. Esta circunstancia
establece una radical diferencia técnica respecto al resto de yacimientos
lavianeses, ya que, hasta ese momento, el laboreo en el resto de las minas se
acometía “aguas arriba”, mientras que en Barredos la explotación se acometía en
vertical. Así pues, las secciones de la misma empresa en Rimoria y Carrio están
constituidas por minas de montaña, aunque en este último caso con algunas
particularidades. De hecho, en torno a 1950 se procede a la perforación de
Carrio, único pozo que funciona en el concejo en la actualidad.
Cementos
Fradera
Cementos
Fradera, empresa con sede en Vallcarca (Barcelona) y perteneciente a la familia
francocatalana Camps-Boussen, inició la extracción de hulla en el concejo con
el objetivo de surtir sus cementeras; comenzando la explotación del mineral en
el año 1927. Sus minas se encontraban en las proximidades de Coto Musel y de
ellas extraían un carbón que, una vez eliminada la piedra más gruesa, enviaban
a Barcelona sin lavar. Para acometer este transporte utilizaba todo el vacio
disponible del ferrocarril de Langreo en los días festivos, acarreándolo
directamente a los puertos de Gijón o Avilés donde lo embarcaba en sus propios
navíos; el Luis Caso Cobos, de 3.000 toneladas, y el Indauchu, de 3.500.
Los
pozos más importantes que tendría en funcionamiento serían el Carolina en
Villoria, Vegamuela en El Acebal y otro más en Ribota. Todos ellos se hallaban
conectados por medio del popular trenecillo La Campurra, que se diversificaba
en dos ramales a la altura de la Coruxera y se dirigían hacia Villoria y Ribota
respectivamente. La empresa llegó a contratar a unos 500 trabajadores, aunque a
mediados del pasado siglo bajarían hasta unos 300 echando el cierre en 1967.
La
construcción de las tolvas se data en 1929 y estaban destinadas a almacén de
carbón a la espera de la llegada de buques a los puertos regionales.
Representan uno de los vestigios industriales más significados del municipio, y
de ello da buena muestra su estimación a nivel popular.
Pie
fotos: Tolvas de carbón
Castillete
de Fradera.
El
Ferrocarril
La
infraestructura más relevante en materia de transportes la constituía la
estación de ferrocarril de la que partía el tren hacia Gijón, que a su vez se
cruzaba en Noreña con los Económicos (Oviedo-Santander). Ya en 1864 el diario
madrileño La Época señalaba la necesidad de prolongar la línea de Langreo a
Laviana, y el 13 de noviembre de 1881 la Junta General extraordinaria del
Ferrocarril de Langreo acordaba la terminación del ramal hasta la Pola. Su
puesta en funcionamiento tendría lugar el 18 de enero de 1885, habiéndose
instalado previamente una estación provisional en Sotrondio. Su longitud era de
8.405,69 metros, y contaba con dos puentes metálicos para superar los arroyos
de Carrocera y Tiraña, existiendo además cinco pasos inferiores metálicos y uno
superior con una alcantarilla de 1,5 metros de luz. Se perforaban además tres
túneles: el de la Oscura de 57,20 metros, el de Florida de 157,37 metros y el
de la Angariella de 112,95 metros; todos revestidos en toda su extensión con
bóvedas de ladrillo de medio punto. Se habían levantado también varios muros de
contención en diversos puntos.
En el
extremo de la vía, y contigua a las primeras casas de la Pola, se había edificado
la estación, previéndose un movimiento de considerable importancia y teniéndose
en cuenta que era un establecimiento cabeza de línea. Contaba el edificio de
viajeros con planta baja y piso principal, almacén de mercancías con piso
superior para viviendas del personal, muelle para mercancías, cargadero de
carbón, cochera y casa de máquinas, bomba de elevación de agua y depósito.
La
carretera de Caso-Oviedo, pasando a hablar del tráfico rodado, acabaría
configurándose a su paso por la población, como la principal avenida de la
capital, el diario nacional La España reseñaba en 1866 el buen ritmo al que
avanzaban las obras de esta vía. La carretera que unía la Pola con el concejo
de Aller, por su parte, se incluía en el Plan General de Carreteras de 1889,
culminándose el tramo que faltaba entre la Pola y Tolivia en 1917 y licitándose
aún tramos entrados los años treinta del pasado siglo, todavía en 1929 se
reclamaba desde el diario madrileño La Libertad que se finalizase el
correspondiente a Cabañaquinta. Tales demandas no eran en modo alguno de nuevo
cuño, en 1923, por citar un caso, partía de Laviana una comisión a Madrid a fin
de solicitar carreteras y otras mejoras en el concejo. Se contaba también con
la carretera a Nava, que se había comenzado a construir en las últimas décadas
del siglo XIX.
Coto-Musel
La
empresa Coto Musel S.A. fue creada en 1890 con un capital de dos millones de
pesetas y con domicilio social en Bilbao, localizándose entre las parroquias de
Entralgo y Carrio y perteneciendo al industrial bilbaíno José Martínez de las
Rivas, quien era sobrino del magnate Francisco de las Rivas primer marqués de
la Mudela y con quien se forjaría en el mundo de los negocios. Compraba, así
pues, sus concesiones en Laviana y daba a una de sus bocaminas el nombre de su
linaje: La Mudela, en el segundo piso de la explotación, en El Meruxal. A
partir de este momento el empresario vasco crearía un potente complejo minero
que constaba de ferrocarriles, oficinas, puentes, cargaderos, centros de
tratamiento de carbón, centrales eléctricas y planos inclinados mediante los
que se ponían en conexión los focos productivos.
Se
trata de una de las industrias mineras más antiguas y con mayor trayectoria en
el concejo y su repercusión en la vida del pueblo, en consecuencia, sería
notable, tanto por el volumen de empleo generado, como por su capacidad
productiva; ello sin olvidar su impacto medioambiental y debiendo tenerse en
cuenta que alargó su trayectoria hasta los años setenta perteneciendo ya a
HUNOSA. De todos modos, las realizaciones sociales de la empresa en su entorno
no serían nunca reseñables pese su dilatada trayectoria.
El
foco de explotación se hallaba en el lugar del Meruxalín, donde confluían
varios planos inclinados desde los pisos de las diferentes bocaminas. Se
iniciaba allí la vía férrea por la que circulaban dos locomotoras de siete
toneladas con una longitud de vía de tres kilómetros y medio y dividida en dos
tramos: el que cruzaba la montaña de Carrio y el que atravesaba la vega de
Laviana, enlazados por un plano inclinado de más de 500 metros en cuya cima una
máquina de vapor ponía en marcha los vagones en su ascensión y descenso,
atravesando a continuación el Nalón por medio de un puente metálico. Los
diferentes grupos, de este modo, se encontraban unidos a la estación de
ferrocarril por cuatro kilómetros de vía de sesenta centímetros de ancho. En
1897 su producción alcanzaba las 48.000 toneladas y, a la altura del cambio de
siglo, sus concesiones Musel, María, Tardía, Defensa, 2ª María, Generalife y
Alhambra, producían nada menos que 65.000 toneladas. En este momento empleaba a
160 obreros en el interior y 190 en el exterior, hallándose su dirección en
manos del facultativo Ángel Jimeno y su administración en las de Graciano
García Ciaño.
En la
montaña en la que se encontraban los yacimientos se construyeron cuarteles para
los obreros y otros edificios destinados al servicio de la explotación, como
oficinas, fraguas, carpintería, calero, etc. Estas viviendas configuran una de
las pocas iniciativas que en Laviana se desarrollaron en el marco del
paternalismo industrial.
En la
zona de Los Cuarteles, a medida que el camino se va acercando al paraje, se
pueden observar vestigios industriales tales como restos de los sólidos muros
de contención de sillares labrados, de los antiguos cargaderos o la entrada de
la mina Amada. Ascendiendo por el trazado del antiguo plano inclinado se llega
al nivel de la mina San José, enfrente de los grupos de viviendas construidos
por la empresa y que dan nombre al lugar. Unos metros más abajo se localizaban
dependencias como la vivienda del encargado, las cuadras, las oficinas y la
lampistería. Montaña arriba se registra la presencia de otras bocaminas y
restos que permiten intuir lo complejo de la explotación en cuanto a sus
técnicas de extracción y transporte.
Llegado
el año 1926 el empresario Joaquín Velasco vende la mina de Carrio a Duro
Felguera y arrienda Coto Musel a la familia Martínez Rivas (que había centrado
su interés en otras actividades), consiguiendo de los primeros la electricidad
a través de la Compañía Eléctrica de Langreo, con lo que consigue anular los
generadores e inicia el periodo de mayor expansión de la empresa. Los
principales grupos mineros serían el Meruxal y El Cantiquín, ocupando una
superficie total de 1.167 hectáreas que se organizaba escalonadamente por medio
de varios planos inclinados que conformaban un complejo entramado de ramales
viarios. Eran todas estas minas explotadas “aguas arriba”, constituyendo las
capas más significadas María y Adolfita, de las que se llegaría a extraer cien
mil toneladas de carbón al año.
El
desarrollo de la empresa sería tal que, a la altura de 1932, llegaría a contar
con 580 empleados y tendría un volumen de producción tal que le permitiría
disponer de dique y flota propia en el puerto de Gijón. Así pues, poseía cinco
pequeños buques que le garantizaban la realización de ventas directas. Mina
Piqueras, de 5.500 toneladas, y Mina Coto, de 3.800, se dirigían a los puertos
del Mediterráneo y tenían mayor calado, lo otros eran poco más que garrabas. El
día a día de los tajos era controlado por personal facultativo asturiano,
acudiendo los propietarios e ingenieros tan solo de modo ocasional.
Por
otra parte, Velasco lideraría un proyecto, visto con muy buenos ojos por la
mayor parte del entramado industrial de la cuenca, que postulaba la creación de
un cable aéreo con puntos de arranque en Laviana y La Nueva (Langreo) que,
uniéndose a la altura del Sotón, llegaría hasta el puerto del Musel. Aunque
esta interesante iniciativa no llegaría a realizarse, sí que se avanzó en los
estudios que permitiesen su ejecución.
Después
de traspasado el ecuador del pasado siglo, al descenso de la demanda de
combustible mineral, que además se importaba a menor coste una vez finalizada
la etapa de autarquía del primer franquismo, se uniría el problema del elevado
número de puestos de trabajo que la actividad suponía. Las autoridades del
régimen buscaron solucionar esta coyuntura con la creación de una megaempresa
pública que aglutinase a la mayor parte del sector: HUNOSA; único medio a su
entender capaz de mantener a golpe de subvención algo que en aquel momento se
consideraba poco rentable, aunque se debía considerar su enorme incidencia
social.
No
dejaría de ser curioso a primera vista que Coto Musel emprendiese una política
expansiva en aquellos momentos, lo que sin duda alguna respondería a una
estrategia cuyo elemento básico sería el ofrecer una imagen irreal de su
potencial que la beneficiase cara a su incorporación a la hullera estatal.
Sería así como, una vez creada HUNOSA, se iniciasen las conversaciones para la
venta de la empresa que culminarían en 1970. En noviembre de 1972, una vez
finalizada la explotación, se permitiría además a los propietarios la libre
disposición de los terrenos. Este hecho, poco loable cuando menos, viene a dar
cuenta de que se había adquirido una industria prácticamente extinguida. Coto
Musel disponía a esa fecha de 357.000 metros cuadrados que se distribuían en
111 fincas que se irían vendiendo a particulares y que se edificarían
paulatinamente, contribuyendo por otra parte de modo decidido a la expansión
urbanística del último cuarto de siglo en la Pola. En la otra margen del río,
cuyos terrenos no eran urbanizables, se instalaría el actual polígono industrial.
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